jueves, 22 de marzo de 2012

Barcos

Déjame despedirme de la mejor manera, no quiero ver de nuevo el miedo en tus ojos, no quiero sentir ganas de tocarte, no quiero  pasillos que jamás conoceremos, no quiero esperar en la sombra, bajo la noche fría entre vagabundos y suicidas.

Eras libre, de todo sobre mi cuerpo, entre los pliegues de nuestra piel, en los susurros, sobre las calles que nos acogieron, eras libre de mi, yo  libre contigo.

Sólo un fantasma te dije, pero hasta a los muertos se les procura de vez en cuando.

No te pedí nada, excepto ser tú conmigo, para mi sola, sólo tú, acurrucarte en mi pecho, sentir tu olor naufrago, verte partir entre la niebla; saber que éramos islas que se encuentran en batallas épicas, amantes que se desean, pieles necesitadas del todo juntos, de la marea que crece cuando nos pensábamos.

No me mientas, no empobrezcas la delicia del amasiato, la belleza del no comprometernos con el otro.

 La libertad no necesita máscaras es para siempre; aunque le demos la espalda, aunque nos enojemos o nos sintamos culpables, ella esta siempre siendo ella.

Voy a darte el luto necesario porque te quise entero durante 4 horas y 20 minutos, entero entre las lineas intermitentes del ordenador, en tus letras precisas siempre, en tu voz como ondas de radio indiferente y distante, pero dirigida a mi porque así lo quise; en la sonrisa que me devolviste de vez en cuando, en tu deseo contenido, en el silencio que ahora me profesas.

El problema es que yo amo así, entero; no me deshago en complicaciones, solo dejo que se derrame sobre mi cuerpo, que lata en todo mi universo, que me ahogue, que me trague entera; por eso no lo hago seguido, por eso me callo, por eso me da miedo.

Déjame que te de un buen entierro, que te vea partir por última vez desde mi barco, que desenrede mi ancla de los corales que crecieron en tu puerto, deja que  desate las velas y tome el siguiente atardecer, no me retengas más porque un barco varado sólo tiene como fin, el olvido y después, la muerte.

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